lunes, 31 de octubre de 2011

Separaciones

Voy a abandonar por unos momentos el tono jocoso e irónico para ponerme serio. Hago aquí un paréntesis en los avatares de un padre primerizo para, sin que sirva de precedente, abrirme y tratar de explicar otra nueva sensación que embarga y descoloca a los progenitores llegado el momento.

Hablo de la primera separación, no de esa primera vez en que le encasquetas el churumbel a los abuelos para irte de jarana con tu santa, no. Hablo de esa primera separación en la que los abuelos toman cartas en el asunto y deciden llevarse cuatro días a la enana a pasar el Puente a Galicia.

Hacía mucho mucho tiempo que no tenía una sensación de vacío y de desubicación semejante a esta. De repente, te das cuenta de que todas tus rutinas diarias giran en torno a ella, tanto las negativas como las positivas. Lo que priori se podría interpretar como un periodo de desconexión necesario e incluso beneficioso para uno mismo y para la pareja, se convierte en una sensación de desasosiego que debe ser muy similar a la desintoxicación de Proyecto Hombre.

Para empezar, a los pocos minutos de haberse ido ya empiezas a echar de menos sus risitas, sus grititos, sus gamberradas… echas en falta que capte tu atención, que requiera tu presencia. La casa se queda aterradoramente silenciosa y parece mil veces más grande.

Para sobreponerte a ello, y porque también apetece, haces planes con tu pareja. Te despiertas más tarde de lo habitual, recuperas la buena costumbre de tomarte una cañita en Chueca y de ponerte ciego en un restaurante japonés, vuelves a pisar un cine después de casi un año (hay que ver lo que ha mejorado el 3D, muy recomendable Tintín)…. Todo ello a trote cochinero, sin las prisas y los agobios que normalmente provoca la criatura. Si se da, quedas con los amigos y te metes entre pecho y espalda tres botellas de vino a golpe de domingo, qué cojones, pa un día que quedamos….

Recargas las pilas, recuperas vida de pareja… pero esa sensación no te abandona. La echas tantísimo de menos que tienes que obligarte a no pensar en ella, a no coger el teléfono cada hora para ver cómo está, a no abrir las fotos guardadas en el teléfono para mirarlas una y otra vez. Yo esto lo he vivido con 15 años, pero esto es otra cosa. Esta desazón es mil veces mayor, la dependencia física y sentimental que genera un hijo no es explicable hasta que lo vives. Y por desgracia, a las separaciones uno nunca se acostumbra.

Ya sólo quedan dos días para que vuelva. A partir del martes, volveremos a quejarnos de lo duro que es ser padre y del poco tiempo que nos deja para otras cosas. Mientras tanto, nuestra ciclotimia nos obliga a seguir echándola de menos y a pensar en ella a cada instante.

viernes, 28 de octubre de 2011

Primeras interacciones (III)

En el momento en el que uno da la buena nueva a familiares y amigos sobre el mal llamado 'estado de buena esperanza', se suelen suceder los comentarios jocosos y los consejos de aquellos que ya han pasado por esta maravillosa experiencia. "Duerme ahora, que luego te vas a cagar" suele ser el más comentado, aunque cuando el cigoto apenas supera el tamaño de un grano de arroz basmati es difícil ponerse en esa tesitura.

Luego, con el tiempo, no hay día en que el suicidio no te ronde por la mente. Eso sí, te sientes feliz por la existencia de tan maravillosa criatura y lo demuestras con una gran sonrisa "de ojera a ojera".

Los primeros días, aún en el hospital si el alumbramiento se produce por cesárea, como fue el caso, la cosa parece más liviana de lo esperado. Las cabezadas apenas duran 20 minutos, y suelen interrumpirse bien por el llanto criminal del retoño, bien por tu propia intranquilidad para comprobar que todo marcha bien. Como transitas por un estado de semiinconsciencia generado como consecuencia del torrente de emociones vividas, apenas le das importancia y le restas dramatismo. Cuando la situación se prolonga cinco meses, te replanteas el sentido de la vida y te preguntas qué has hecho en otra vida para merecer semejante castigo.

Yo de las cosas de la naturaleza entiendo poco, y no voy a cuestionar los principios básicos de la vida. Pero señores míos, ¿de verdad no hay otra forma de llamar la atención de los padres que berreando a las 3 de la mañana como si nos fuera la vida en ello? Vale que todos lo hemos hecho de pequeños, pero yo no me acuerdo y eso me exime de responsabilidad.

Paralelamente, la sensación de desazón y exacerbación aumenta exponencialmente cuando el permiso de paternidad toca a su fin. Si a esto añadimos una madre de sueño profundo, la cosa se torna desalentadora.

Pese a ello, ponemos en liza toda nuestra habilidad para, con el tiempo, ser capaces de calmar al bebé, cambiarle o alimentarle si es menester, farfullar y mascullar maldiciones del tipo "quién me mandaría a mí" y mantener un hilillo de sueño para volver a dormir otra horita en cuanto se calle. Todo a la vez, para que luego digan que los hombres no podemos pensar y mascar chicle a la vez.

En definitiva, nos hallamos ante uno de los mayores "peros" de la paternidad, como muchos de los que ya lo sois sabréis. Para los que aún no lo seáis y estéis en ello, ahí va un consejo: dormid ahora, porque luego os vais a cagar.

lunes, 24 de octubre de 2011

Primeras interacciones (II)

Sin embargo, amigos, no todas las interacciones con el retoño son positivas. A las interacciones que podríamos llamar "afectivas" preceden aquellas otras a las que podríamos denominar "imperativas", y que normalmente son del tipo 'él se caga, tú le cambias' o 'el llora, tú te jodes y no duermes'.

Empecemos por las primeras. El momento de cambiar a un recién nacido es al mismo tiempo tenso y asqueroso, aunque sea el tuyo. Oiréis miles de leyendas sobre esto a familiares y amigos, como "la caca de tu hijo no huele" o "en cuanto le cambies dos veces, ya te habrás acostumbrado". Mentira, es todo una falacia. El primer contacto con las deposiciones de tu vástago se produce a las pocas horas de nacer, cuando tú aún no sabes qué es una toallita o por dónde cojones se abrocha el pañal y desconoces que nunca, y digo nunca, debes escurrir la esponja en el barreño con agua tibia después de haber hecho una primera pasada por el culo del niño.

Bien, cuando estos principios aún no están lo suficientemente asumidos, llega el famoso meconio. Vale, acepto que no huele. Y también que es algo natural e incluso sano para el bebé. Pero por dios, ver que del culito de tu hija que apenas conoces sale una sustancia negruzca y viscosa más parecida al chapapote del Prestige no mola nada.

El segundo paso es 'qué coño hago con esto'. En mi caso, con la sufrida madre recuperándose de la cesárea, tocó hacer de tripas corazón y encarar con valentía y estoicismo el primer cambio de pañal. A juzgar por la bronca que me echó la enfermera no debí hacerlo excesivamente bien. Ahí va un consejo. Si el pequeño está orinando, no es buena idea cogerle por las axilas como si fuera El Rey León, suele salpicar.

Los cursos de preparación al parto tampoco son muy útiles en este sentido. El momento tiene miga, un cara a cara entre tú y la deposición, con los movimientos espasmódicos e impredecibles del niño para añadir un poco más de dificultad al asunto. Es la primera vez que estáis a solas tú, tu bebé y el meconio, rodeados por un ejército de toallitas, compresas, esponjas, palanganas, pañales (por si no atinas a la primera) y, normalmente, una legión de familiares que tienen mucha curiosidad por ver cómo haces el ridículo, lo cual con tanta presión, suele suceder.

Con el tiempo, el cambio de pañal se convierte en algo cuasi rutinario. La dificultad disminuye de forma inversamente proporcional al asco que van generando las deposiciones, fruto parece ser del cambio de alimentación.

En el próximo capítulo: el sueño o qué cojones hay que hacer para volver a dormir 5 horas del tirón.

lunes, 17 de octubre de 2011

Primeras interacciones (I)

Llega un momento, no sabes muy bien cómo ni cuándo, en el que de pronto percibes que te mira, que te sigue, que te observa e incluso hasta dirías que te reconoce. De buenas a primeras esos ojos que antes permanecían inexpresivos y somnolientos ganan vida, se posan en los tuyos y consiguen que se te encoja el corazón.

Tiene huevos intentar explicar con palabras y a través de un blog esas primeras sensaciones en las que, de buenas a primeras, eres consciente de que ese ser minúsculo que te despierta tanta ternura empieza a ser consciente de quién eres. En realidad no sabes si te reconoce o no, si tiene algún tipo de constancia sensitiva o instintiva de que ese personaje que le mira con cara de imbécil es su padre, su supuesto referente en la vida. Si lo supiera, daría media vuelta y se marcharía por dónde ha llegado, así que es de suponer que la interacción se basa únicamente en las vibraciones que le transmite tu mezcla uniforme de devoción y pánico.

Esa mirada, sea cual sea la causa que la motiva, esa primera vez en que los ojos de un hijo se posan pausadamente en los ojos de su padre, eso no tiene precio. Ni voy a intentar explicar las sensaciones que desencadena y provoca. A mí, sencillamente, me hizo sentir que no soy digno, y todavía cuando me mira y me sonríe con esa naturalidad, con esa sinceridad, sigo pensando que no lo soy.

Y es que la sonrisa de un hijo es tan sumamente sincera que acogota. Acostumbrados como estamos a utilizar la sonrisa como herramienta, como escudo incluso si me apuráis, toparte de repente con una que no esconde nada, que únicamente trata de transmitir la felicidad que siente, es indescriptible.

Estas dos simples acciones, una mirada y una sonrisa de tu hijo, convierten en especial cualquier momento. Y eso no hay crisis que lo tumbe.

martes, 11 de octubre de 2011

Un pequeño paréntesis

Bueno, sólo quería hacer un pequeño y breve paréntesis en la narración de mis entresijos para agradecer a todos los que os habéis parado a leer esta sartá de tonterías las molestias que os habéis tomado. En serio, más de 500 conexiones en apenas un mes de vida es todo un honor para un blog tan modesto y que aporta tan poca cosa, aunque la mayoría sé que son de mi madre que estará todo el día con el dedo en el F5 para que su niño se alegre.

En fin, gracias a todos por compartir conmigo vuestro tiempo y dedicar unos minutos a esta gran chorrada. La autoterapia, con vosotros al otro lado, es mucho más efectiva.

¡¡Abrazos!!

lunes, 10 de octubre de 2011

Biorritmos

Cuando inicias una nueva relación con alguien, los biorritmos de ambos deben acompasarse y acoplarse. Con tus amigos, normalmente esto se consigue casi de inmediato a base de borracheras. Con tu pareja, suele acelerarse el proceso con largas charlas a la luz de las velas y los posteriores entresijos de alcoba. Con tu hijo recién nacido ¿cómo coño se hace?.

A priori, y teoría en mano, el proceso debería ser mucho más simple con tu retoño que con cualquier adulto, sea de la especie o género que sea. Las inquietudes y prioridades de padre e hijo son las mismas, a saber, dormir y comer; con algún matiz de otra índole como hacerse las necesidades encima que merecerían un análisis a parte.

Bien, con estas premisas, el acompasamiento de los biorritmos debería ser sencillo. Pues no amigos, no lo es. La criaturita se empeña en variar continuamente el proceso, de manera que quiere comer cuando el padre duerme y quiere dormir cuando el padre intenta comer o realizar cualquier otra actividad. Todo ello, aderezado con los correspondientes llantos y alaridos, obviamente.

Los días se suceden, las semanas van pasando y el padre observa con absoluta perplejidad cómo madre e hijo se entienden casi al instante. Basta una palabra, una caricia o un susurro para que el pichón se calme. Nos ha jodido, se conocen desde hace nueve meses.

Por su parte, todos los intentos del progenitor y autor material (en teoría) de la semillita chocan de frente con los caprichos del pequeño. De hecho, se produce en estos primeros meses una clarísima animadversión del retoño hacia su padre que se plasma en berridos a las tres de la mañana, deposiciones repentinas cuando le está cambiando de ropa o regurgitaciones sobre la camisa paterna cuando éste está a punto de salir camino del trabajo. El motivo, según han logrado descifrar investigadores de la Universidad de Wichita tras años y años de estudio, es solo uno: el bebé desarrolla una reacción instantánea cuya finalidad es joderle la vida al padre por intentar hacerle del Atleti.

En el próximo capítulo: Primeras interacciones