viernes, 28 de octubre de 2011

Primeras interacciones (III)

En el momento en el que uno da la buena nueva a familiares y amigos sobre el mal llamado 'estado de buena esperanza', se suelen suceder los comentarios jocosos y los consejos de aquellos que ya han pasado por esta maravillosa experiencia. "Duerme ahora, que luego te vas a cagar" suele ser el más comentado, aunque cuando el cigoto apenas supera el tamaño de un grano de arroz basmati es difícil ponerse en esa tesitura.

Luego, con el tiempo, no hay día en que el suicidio no te ronde por la mente. Eso sí, te sientes feliz por la existencia de tan maravillosa criatura y lo demuestras con una gran sonrisa "de ojera a ojera".

Los primeros días, aún en el hospital si el alumbramiento se produce por cesárea, como fue el caso, la cosa parece más liviana de lo esperado. Las cabezadas apenas duran 20 minutos, y suelen interrumpirse bien por el llanto criminal del retoño, bien por tu propia intranquilidad para comprobar que todo marcha bien. Como transitas por un estado de semiinconsciencia generado como consecuencia del torrente de emociones vividas, apenas le das importancia y le restas dramatismo. Cuando la situación se prolonga cinco meses, te replanteas el sentido de la vida y te preguntas qué has hecho en otra vida para merecer semejante castigo.

Yo de las cosas de la naturaleza entiendo poco, y no voy a cuestionar los principios básicos de la vida. Pero señores míos, ¿de verdad no hay otra forma de llamar la atención de los padres que berreando a las 3 de la mañana como si nos fuera la vida en ello? Vale que todos lo hemos hecho de pequeños, pero yo no me acuerdo y eso me exime de responsabilidad.

Paralelamente, la sensación de desazón y exacerbación aumenta exponencialmente cuando el permiso de paternidad toca a su fin. Si a esto añadimos una madre de sueño profundo, la cosa se torna desalentadora.

Pese a ello, ponemos en liza toda nuestra habilidad para, con el tiempo, ser capaces de calmar al bebé, cambiarle o alimentarle si es menester, farfullar y mascullar maldiciones del tipo "quién me mandaría a mí" y mantener un hilillo de sueño para volver a dormir otra horita en cuanto se calle. Todo a la vez, para que luego digan que los hombres no podemos pensar y mascar chicle a la vez.

En definitiva, nos hallamos ante uno de los mayores "peros" de la paternidad, como muchos de los que ya lo sois sabréis. Para los que aún no lo seáis y estéis en ello, ahí va un consejo: dormid ahora, porque luego os vais a cagar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario