martes, 8 de noviembre de 2011

La alimentación, a estudio

Nos hallamos ante el gran caballo de batalla para muchos padres y la espada de Damocles de muchos otros. La alimentación del retoño pone por momentos en serio riesgo la relación de pareja e incluso la relación de uno mismo con su propia integridad física, algo que los no iniciados entenderán a la conclusión de este post.

Para empezar, vaya por delante que esto es válido únicamente en los casos, muchos según parece, de pequeños demonios a los que, así de entrada, no les gusta nada esto de comer. Luego se convertirán, con el paso de los años, en auténticas limas que harán que tu vida no tenga otro fin que llenar la nevera para, a su vez, llenarles el estómago, pero de momento pasan del asunto olímpicamente, para desesperación paterno-materna.

Otro apunte previo. Los padres, por naturaleza, pretendemos ignorar por completo las leyes de la genética y nos obsesionamos con la idea de que nuestro hijo reviente las tablas de crecimiento, pulverice las plusmarcas de peso y destroce sin compasión los percentiles. Amigos y amigas, si los padres no levantan dos palmos del suelo y hay que mirarles dos veces para verles, es bastante probable que la descendencia siga estas mismas pautas.

Con esto aclarado, la batalla de la alimentación infantil puede comenzar:

- Lactancia materna: recomendada por pediatras y nutricionistas infantiles como la mejor opción para los recién nacidos tanto para la aportación de nutrientes básicos como para el desarrollo de defensas ante futuras enfermedades (esto es de mi cosecha, no lo he leído en ningún sitio, conste). Los primeros días con la madre aún convaleciente, es un auténtico cuadro mañanero. Tú, como padre, debes asegurarte de que el churumbel está correctamente posicionado para que se agarre a la mama. A priori parece fácil, pero como somos torpes por naturaleza, no sabemos ni por dónde cogerlo. Normalmente las tomas duran unos 20 minutos. El esfuerzo realizado por el padre durante este tiempo equivale a dos horas de ejercicio. Qué tensión por dios.
La técnica se va depurando con el paso de los días, sobre todo cuando la madre se recupera por completo y decide, sabiamente como casi siempre, prescindir de la ayuda paterna.

- Biberón: en aquellos casos en los que la lactancia materna no es suficiente o cuando la madre se reincorpora al mundo laboral (en el caso de tener trabajo, claro está, que con la que está cayendo….). Esto suele darse hacia el cuarto o quinto mes. Aquí el problema suele ser bastante más básico. Simplemente no retenemos las cucharadas de leche que hay que echar por cada parte de agua. No es que seamos tontos, es que tenemos muchas cosas en la cabeza, joer. Y cuando hay que añadir cereales, ya esto es la repanocha.
Otra cuestión que suele darse en esta etapa es la regurgitación. Se define, básicamente, como la expulsión sin esfuerzo de una pequeña parte del contenido del estómago del bebé después de comer. Coloquialmente, significa que después de una hora intentando que el jodío crío se coma 180 mililitros de leche y cereales previamente preparados por la madre, la criatura decide vomitar por su cuenta y riesgo, sin despeinarse, más de la mitad. Aquí entran en juego Ranitidinas, Motiliums y demás productos, que los padres primerizos ya conoceréis, y que ayudan bastante, poniéndonos serios, a solventar el problema.

- Del líquido al sólido: una vez el retoño ha asimilado conceptos y si los padres aún no han iniciado los trámites de separación, llega el momento de dar el salto a la alimentación sólida. Esta fase es evolutiva, es decir, se comienza con verduras y se van añadiendo otros productos como carnes, aves y pescados. Pero hay un factor común en todo ello, al margen de la ruina que supone gastarte una media de 5 euros diarios en potitos: el gran reto de la cuchara. En nuestro caso particular, el cambio no ha resultado excesivamente dramático, aunque tenemos constancia de que en otros casos es bastante más exasperante convencer a la pequeña criatura de que ahora le toca hacer un pequeño esfuerzo para comer. Si cuando sólo tienen que tumbarse y abrir el gaznate ya les cuesta, imaginaos lo que es tener que esforzarse encima para comer. Yo les entiendo.

Vamos a dejar al margen el tema de los olores en las deposiciones para no herir sensibilidades, pero he de tocar, aunque sea por encima, un asunto de máxima preocupación para los padres de los niños poco comedores. Y es que es bastante frecuente que al calamar le dé por vomitar, así, porque le mola o simplemente por llamar la atención de los padres, como si los sufridos progenitores hicieran otra cosa en esta vida que estar pendiente de él/ella.

La situación suele ser la siguiente, pongo en antecedentes: momento de la cena, recién bañada (nosotros la bañamos antes de cenar porque después se nos duerme), y con el maldito Cantajuego (detallaremos este invento de Satanás en próximos capítulos) sonando en el DVD. Todo transcurre con relativa normalidad, pese a que cucharada tras cucharada sumas más de 40 minutos para un potito de 200, o lo que es lo mismo, prácticamente un recorrido por el volumen 1 del Cantajuego casi en su totalidad. Una vez concluida la cena, el padre (la madre está ausente por motivos laborales) se congratula del éxito y se levanta para traer el postre. Cuando regresa al lugar, la niña está vomitada de arriba abajo. Lo ha hecho en tiempo record y casi sin inmutarse, como si nada, y ahí sigue con la mirada fija en la televisión como si la película no fuera con ella.

Después de maldecir un par de veces en voz alta y de repasar mentalmente una y otra vez la bonita historia de Herodes, el padre se remanga y, con sumo cuidado y mucho asco, toma con dos dedos por las axilas a la pequeña y la traslada a paso acelerado al baño. Una vez allí, con la niña goteando y a una distancia prudencial de unos 20 centímetros, brazos estirados, el progenitor se percata de otro hecho que lo cambia todo: también se ha cagado. Las preguntas se acumulan: "¿Y ahora qué coño hago? ¿Dónde la dejo? ¿Cómo le quito el pañal sin ponerlo todo perdido?" Para todas estas cuestiones sólo hay una respuesta. Hay que pringarse, no queda otra, y además no hay nadie que te ayude.

Con una destreza impropia, le quitas la ropa, la lanzas al suelo (extendiendo de forma consiguiente el asunto por otras zonas de la casa), la sujetas con una mano mientras con la otra le quitas el pañal y también lo lanzas al suelo (huelga decir cómo queda el suelo), le pasas diez o doce toallitas todavía en volandas y la depositas finalmente en la bañera. Misión cumplida.

2 comentarios:

  1. Has pasado de puntillas pero convendría poner en antecedentes a los desavisados padres primerizos sobre la papilla de frutas y, tras misteriosos procesos digestivos, su conversión en un mejunje pútrido y pestilente que emponzoña una manzana a la redonda y consigue que tus vecinos profieran juramentos, maldiciones y sentencias cuando os cruzáis por la escalera. Tema apasionante donde los haya.

    Sigo cogiendo apuntes

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  2. He intentado no entrar en detalles olfativos, porque soy muy sensible a los olores, los he experimentado (este en particular que comentas es para solidarizarse con la criatura y acompasar ambos vómitos) y no quería hacer partícipe de algo así a mis ávidos lectores :P

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