jueves, 8 de marzo de 2012

Juguetes, cacharros y otras zarandajas

A veces sucede que los esfuerzos más titánicos no tienen el efecto deseado. Ocurre en ocasiones que las pequeñas cosas son mucho más valoradas que las grandes gestas. Desde hace unas semanas tengo algo abandonado este espacio, no por gusto, sino porque mis compromisos laborales me tienen absorto y embebido al cien por ciento. El objetivo, poder amasar capital para darle a la pequeña Adriana todo aquello que requiera y necesite (sin caer en caprichismos, que para eso ya están los abus y/o yayos.

Una parte considerable del salario logrado con el sudor de mi frente y a base de dejarme planas las falanges de los dedos de tanto teclear va a parar a financiar el ocio/entretenimiento didáctico/despertar de los sentidos de la pequeña criatura. Es decir, en adquirir un sinfín de juguetes, mecanismos, cacharros de todo tipo que contribuyen, según los expertos en pediatría y desarrollo psicomotriz y cognitivo, al correcto progreso de nuestro bebé.

La oferta es inabarcable: correpasillos con mil botones y lucecitas y hasta diez presintonías distintas, machaconas todas ellas e insufribles a más no poder; arcas de Noé con sonidos de animales, muy didáctico y educativo, sobre todo si pretendes enseñarle al pequeño cómo descalabrar al gato con sus figuras extraíbles; gimnasios de 3 x 3 metros que incluyen todo tipo de atracciones y posibilidades;  muñecas y muñecos de toda clase, raza, etnia y género (algunos por determinar, como Falete) que emiten un agradable repertorio de quejidos, llantos y lamentos como si los del propio ser humano a escala que juega con ellos no fueran suficiente…. Como digo, el abanico de posibilidades es enorme y, of course, requiere de un dispendio económico considerable.

Pues bien, después de que los progenitores nos volvamos locos buscando los juguetes más adecuados para nuestro retoño, después de no escatimar en gastos para estimular sus sentidos, después de consultar a los expertos más reputados de Toys "R" Us y El Corte Inglés….después de todo ello, a la niña le da por jugar todo el santo día con una pelota de plástico aplastá. Ni arcas de Noé, ni correpasillos, ni gimnasios, ni Dora la Exploradora, ni ostias en vinagre. Lo más divertido para ella es una pelota hecha un ovillo que no rueda, no vota ni hace nada. Échale huevos al asunto. El tema es tan serio que hasta duerme con ella (ver imagen) y le provoca una hilaridad brutal verla girar sobre su propio eje. Están locos estos enanos.