lunes, 30 de julio de 2012

Terapia


Que no hay manera oye, que por más que uno lo intenta la hora de la comida (extensible a desayuno, merienda y cena) es un auténtico calvario. Se queja, se retuerce, se levanta de la silla... el hambre no hace mella en ella y termina por desesperar al progenitor que en ese momento sea portador de la cuchara (o tenedor, en su defecto). El paso del líquido al sólido está resultando de lo más traumático. ¿Solución? Hay que hacer terapia.

Y funciona, válgame dios. Asesorados por una profesional conductista al más puro estilo Supernanny (aunque más joven y con menos cara de estreñida), hemos empezado a poner en liza ciertos conceptos encaminados a reconducir el comportamiento de la enana. Al parecer, la criatureja de 20 meses de edad tiene por objetivo tocarnos los perendengues, y para ello utiliza el momento que más nos estresa, el momento de la comida. Lo hace, según dice, para llamar nuestra atención, como si no la captara lo suficiente durante el resto del día. El caso es que debemos marcarle límites, que aprenda a que los que mandan en casa somos nosotros. Con un par.

De momento la cosa marcha, con algún que otro sobresalto. Hemos pasado de una media de 100 cucharadas por potito a apenas 20, reduciendo considerablemente el tiempo empleado. Ahora sí, continúa echándonos pulsos a la menor ocasión para medir nuestra paciencia y, obviamente, nos gana por goleada.

El cambio, no obstante, es apreciable, aunque hemos empezado a confirmar nuestras sospechas de que, tras ese rostro angelical, se esconde la próxima presidenta de la Comunidad de Madrid.