miércoles, 26 de septiembre de 2012

Una historia de amor


Como cada tarde, se disponía a prepararse para su puntual cita. En el último mes, las visitas se habían vuelto frecuentes, rutinarias, casi obligadas, pero no por ello dejaban de despertarle una emoción y un cosquilleo en el estómago comparable a pocas cosas que hubiese podido experimentar. Después de un copioso almuerzo y un breve y reparador sueño para recuperar fuerzas, se calzó sus zapatillas blancas y salió a la calle, bajo el abrasador sol de agosto, dispuesta a recibir su correspondiente dosis de adrenalina.

Las calles aparecían semidesiertas. Pocos se atrevían a caminar a estas horas de la tarde. Pero ella no temía al calor. Ni al frío. Ni al cansancio. En realidad no le tenía miedo a nada, salvo a una cosa: la posibilidad de que, por alguna extraña circunstancia que con toda seguridad no alcanzaría a entender, su cita se pudiera posponer.

Sin embargo, hoy no sería ese día. Caminando lentamente, inició el largo trayecto que habría de llevarla ante él. Con la frente perlada de fino sudor y movida por el creciente ritmo cardíaco, se aproximó poco a poco, paso a paso, hasta que pudo contemplar su figura proyectada a contraluz. Allí, majestuoso, se alzaba él. A pocos metros de ella, separados por apenas unos pasos, las miradas se encontraron. Sus ojos se entrecerraron mientras a su boca asomaba una leve sonrisa, mezcla de satisfacción, admiración e impaciencia. Allí, al alcance de su mano, estaba él. Frío bajo el incesante calor, como un pequeño refugio en un día de lluvia.

Después de admirarle durante un breve instante, ella avanzó despacio, con la mirada fija, y entonces, decidida, por fin le habló: ¡¡¡¡¡¡¡“El pagqueeeeee”!!!!!  



lunes, 17 de septiembre de 2012

Se nos hace mayor


Pues han pasado 22 meses ya, que se dice pronto. Tengo este espacio un pelín desatendido, pero es que la evolución de Adriana sigue su curso, y ello conlleva un no parar, que os voy a contar que vosotros no sepáis.

Repasando los últimos posts publicados me he dado cuenta de que, efectivamente, hay muchas cosas que se me han quedado en el tintero. Para empezar, hemos logrado superar el problema de las comidas. Se han reducido considerablemente los tiempos y la hora de comer (desayunar, merendar o cenar) ha dejado de ser un calvario para ser simplemente un pequeño via crucis. El motivo, que la sinvergüenza ha descubierto lo que mola la cara de cabreo de papá/mamá cuando, después de engullir el rancho correspondiente, lo vomita sin motivo aparente.

En aquellas ocasiones en las que opta por no vomitar, la comida transcurre con cierto dinamismo y buen rollo. Prueba semisuperada.

El ritmo. Bien. Una vez Adriana maneja a su antojo el arte de caminar y correr, se ha dado al increíble y maravilloso mundo de trepar. No hay obstáculo que se le resista, ni columpio lo suficientemente alto. Por cierto, hablando de columpios, y para que quede para la posteridad. Su primera frase completa con sujeto omitido y predicado, pronombre, verbo y complemento indirecto es ésta: “Me voy al pagque”, donde “pagque” es “parque”. La frase admite variaciones, del tipo “Mamá, me voy al pagque” o “asjaskraskra al pagque”, donde “asjaskraskra” ha de entenderse como “he estado” o “quiero ir”.

Paso a narrar un domingo cualquiera en la vida del padre. Alrededor de las 10:00 horas, con suerte, el pichón irrumpe en el dormitorio, ya desayunada (gracias a mamá, santa paciencia y madrugando como la que más) al grito, y digo GRITO, de “Papaaaaaaaaaaaá”. Una vez levantado y tomado el pertinente café bebido, toca limpieza general (yiiiiiiiiihaaaaaaaaaaa!!!!!) La faena, guantes de latex en ristre, se prolonga por espacio de un par de horitas, mientras la enana permanece ajena a todo ello juega que te juega.

Una vez la peque ha comido (otra vez gracias a mamá), toca que coman los mayores. Llega el momento de la siesta, de la que suelen disfrutar simultáneamente madre e hija mientras el padre, que no termina de ajustar sus horarios al resto de la manada, aprovecha para rentabilizar Gol TV (que ha subido de precio, oiga). Sobre las cinco de la tarde, y con las dos mujeres aún durmiendo, papá se va a currar un poco, que los fines de semana suele haber faena. Regresa alrededor de las 19:00, le esperan ambas ya despiertas, merendadas y aseadas para el paseo dominical, que inevitablemente desemboca en el “pagque”. Hacia las 20:30, momento del baño y de esa interacción paterno-filial que también ha evolucionado en las últimas fechas. Adriana ya conoce, reclama y repite hasta la extenuación, el nombre de sus compañeros de juegos, a saber “Pugpo”, “Pato”, “Coco”, “Tella”, “Ena” y “aagrjhasgra de ajraraei”, donde “Pugpo” es “Pulpo, “Pato” es “Pato”, “Coco” es “Cocodrilo”, “Tella” es “Estrella de mar”, “Ena” es “Ballena” y “aagrjhasgra de ajraraei” es “caballito de mar”.

Terminado el baño, toca la cena y, terminada la cena, toca limpiar lo vomitado, que suele incluir restos de la comida y la merienda. En definitiva, he terminado por echar de menos las resacas.