Pues hale, que ya ha pasado un año. Un añito entero desde
que esta cosita que veis abajo decidiera adelantarse y romper la bolsa antes de
tiempo y ponernos los atributos masculinos de corbata con un parto de lo más
movidito. Un año entero desde que, a eso de las 3 de la mañana, decidiera que
ya estaba bien de andarse quietecito y que ya tocaba comenzar la fiesta. Desde
ese momento, hace justo un año, esto es lo que ha sido la vida para él, una
fiesta. Para su padre no tanto, yo me he saltado la parte festiva y he pasado directamente
a la resaca. Un añito entero en el que el pieza, ahí donde le veis, ha ido
dando retazos sólidos y bastante contundentes de lo que va a ser su personalidad.
Rasgos de lo que se presupone que será su esencia. Detalles de cómo se
configurará su temperamento y su carácter. Esbozos, en definitiva, de que está
como un cencerro.
Un añito ya, señores, que se dice pronto. Su padre, el que suscribe
(en teoría) es un año más viejo, con más canas en la perilla y con bolsas en
los ojos del tamaño de Alabama. La travesía se está haciendo dura, no lo voy a
negar, porque con dos niños al cuidado la cosa se complica y porque, quieras
que no, el tiempo hace mella. A ello se une que Nacho es chico. Pero chico
chico, o lo que es lo mismo, es más inquieto que Don Quijote en un parque eólico.
Con todo, haciendo balance, sigue siendo un privilegio
poderle ver crecer, poder ver cómo interactúa, cómo forja su genio, cómo llora,
grita, patalea y muerde si es menester con tal de salirse con la suya, cómo
después te mira con esos ojillos como si no hubiera pasado nada y claro, te
derrites. Cómo, a pesar del agotamiento y la jaqueca que a veces genera, tenerle
en brazos y poder besarle y achucharle es una bendición. Feliz cumpleaños,
Nachete