¿Conocéis esa sensación de culpa que te embarga cuando llega
septiembre y llevas a los niños a su primer día de colegio? ¿Ese sentimiento de
abandono que te llena de responsabilidad cuando te miran con esa carita como
diciendo “por qué me dejas aquí solo” y te hace sentir mal padre/mala madre?
Yo tampoco.
Madredelamorhermoso, qué largos son los veranos. Tres meses,
tres largos meses con sus interminables días, sus calurosas noches, sus mañanas
de piscina, sus tardes de playa, sus fines de semana de parque infantil… Los
chinos inventaron torturas menos lentas y agónicas.
No sé si a alguno de vosotros se os habrá presentado la
ocasión de “disfrutar” de unas largas vacaciones con dos niños a cuestas. Un
día cualquiera en un destino costero cualquiera suele discurrir como sigue: por
lo general, los niños se sincronizarán con el sistema solar para despertarse
como motos con las primeras luces del alba. A partir de ese momento, todo irá a
peor, obviamente. Si el día amanece despejado y Roberto Brasero pronostica no
menos de 30 grados, prepárate y átate los machos. Te espera una larga jornada
de sol pegándote en el melón, arena metida en orificios otrora impenetrables y
riñones al jerez persiguiendo niños por la playa. Si tienes suerte y no te
quitas las chanclas igual logras volver a casa sin puntos de sutura por
pisadura de conchas.
Ahora, que si Roberto Brasero pronostica alerta por
tormentas localizadas échate a temblar, porque un día de verano metido en casa
con dos niños sólo es equiparable al conflicto de la franja de Gaza. Y además,
como en Gaza, siempre ganan los mismos.
Por descontado, después de tres horas sacudiéndote el
salitre y la mala ostia, olvídate de dormir la siesta, poner los pies en alto o
ver a Los Manolos. Si comes en casa, te tocará pelearte con uno de los dos
delincuentes, a elegir, para que ingiera la ensalada campera, que “está muy
fresquita y es muy saludable, que te pasas el día comiendo chuches y mierdas”.
Después, con suerte quizá consigas que se metan en la
habitación a destrozar el mobiliario y los juguetes, a pelearse entre sí y a gritar
como fans de Cristiano en la grabación de un anuncio de Abanderado.
Por la tarde, si se mantienen las previsiones climáticas, volverás a la
playa con el hombro izquierdo dislocado por el peso de la bolsa-nevera y con el
derecho a medio seccionar por ese cordoncito mínimo que algún lumbreras ha
patentado como mecanismo infalible para colgarte la sombrilla. Tres horitas más
de arena y sal provocándote irritaciones inguinales y erosionando tu pundonor,
y estarás a punto de terminar el día. Ya sólo te queda volver a casa con los
hombros para choped y bañar a las criaturas, intentado que la mezcla de agua,
jabón, barro, arena, pequeños fragmentos de moluscos indeterminados y algún que
otro elemento desconocido no termine por colapsar las tuberías. Te resta darle
la cena a uno de los dos, a elegir, intentado que se coma la rodaja de salmón “que
es de color naranja muy bonito y es muy saludable, que te pasas el día comiendo
Aspitos, Kolorikis y mierdas de esas”.
Por fin llega el momento de acostarles, pobres, que están
cansados, no sin antes leerles un cuento, si es que el escozor de los ojos te
permite centrarte en las apasionantes aventuras de Robotito y Carcoma.
Pues esto, amigos, multiplicado por 90 es lo que viene a
suponer unas vacaciones de tres meses con dos niños, sustituyendo en ocasiones la
playa por la piscina comunitaria que no está el tema para demasiados dispendios.
¿Culpabilidad por llevarles al colegio/guardería? Hoy por hoy, los centros
educativos se han convertido para mí en lugares sagrados de culto donde ir a
rezar y agradecer al Santísimo que se hagan cargo de los niños durante unas
horas.
Feliz vuelta al cole, papis, disfrutadla...
No hay comentarios:
Publicar un comentario