Mis hijos se empiezan a
hacer mayores. Pronto llegará el momento en el que habrá que mantener con ellos
esas ineludibles conversaciones en las que un padre trata de inculcar en sus
vástagos aquellos valores que considera imprescindibles en la vida.
La
educación conlleva estas cosas, casi desde el primer momento, y acarrea la
pesada responsabilidad de intentar que nuestros hijos sean mejores personas,
que puedan caminar por la vida con la cabeza alta y con una mochila bien cargada
de principios morales y éticos.
Me gustaría que mis hijos fueran personas
respetuosas, humildes, sencillas, que tiendan la mano al de al lado cuando lo
necesite, que sonrían todo lo que puedan. Quiero que mis hijos sean competitivos
pero sin pisar al prójimo, que sean ambiciosos sin tener que abrirse camino a
codazos. Que aprendan a ser constantes y a esforzarse en aquello que decidan
emprender, pero que lo hagan desde el respeto al compañero e incluso al adversario.
Quiero que mis hijos, en definitiva, sean buenas personas.
Pero ¿cómo se lo
explico? ¿Cómo les explico que deben ser humildes cuando encienden la televisión
y ven a Cristiano Ronaldo triunfar? ¿Cómo les cuento que en esta vida hay que
ser honrados cuando ven a Messi defraudar? ¿Cómo coño me puedo atrever a
intentar que mis hijos sean buenas personas cuando en esta puta vida solo
triunfan los sinvergüenzas y los cínicos? Simplemente no puedo.
No puedo
sentarme delante de mis hijos con la responsabilidad que la paternidad me asigna
y condenarles a una vida de sufrimiento y de padecimiento personal y
profesional a cambio de intentar hacerles mejores seres humanos en una sociedad
cada vez más deshumanizada. ¿Cómo voy a hacerles eso? ¿Cómo puedo yo, simple
mortal sometido desde tiempos inmemoriales al yugo de estos ‘triunfadores’,
explicarles a mis hijos que deben seguir mi triste ejemplo? No puedo, pero aun
así, lo haré.
Porque yo no quiero que mis hijos sean cristianos ni messis, que
derramen lágrimas sólo cuando su ego se sienta dañado sin importarles un carajo
lo que tienen alrededor. ¿Cómo os explico esto, hijos míos?