viernes, 23 de septiembre de 2016

Por otros 40 más



Hoy me vais a permitir que utilice este espacio para hablar de mí. Como muchos sabréis, acabo de cumplir los 40, esa bonita cifra que te hace pasar de ser un divertido treintañero a un pueril cuarentón.

Yo personalmente lo llevo bien. Al margen de algunos nimios detalles como la barba blanca, las ojeras eternas, los dolores de espalda, los “ains” al sentarme en el sofá, los crujidos en las articulaciones, la barriga indeleble, los pelos en las orejas, las líneas de expresión que parecen autovías de circunvalación, las resacas que duran semanas, el mal humor mañanero, la ausencia de cualquier atisbo de paciencia, las cabezadas viendo la tele, las frases del tipo “en mi época…”, el hecho de que mi música ya se considere “oldie”, la dejadez en el vestir, la atracción por los todoterreno y el magnetismo de las obras, por lo demás, yo me siento igual.

De hecho a mí la crisis de los 40 me llegó a los 30, soy un adelantado. Ahora trato de luchar contra el inexorable paso del tiempo rodeándome de cuarentones en el gym que también tratan de luchar contra el inexorable paso del tiempo mientras los treintañeros nos miran con sorna. Chorreamos adrenalina y metemos barriga cuando pasa alguna jovencita, ingenuos, como si nos fuese a mirar a nosotros, que allí plantados y sudando con el kit completo del Decathlón tenemos menos morbo que Falete en triquini.

Cuarenta tacos señores, con suerte habremos alcanzado el ecuador de nuestro paso por aquí. Hemos alcanzado la cima y ahora toca descender por la ladera sur, con las sienes blancas si logramos conservar el pelazo y empezando a atisbar, a lo lejos aún (esperemos), la línea de meta de este viaje.


Mientras tanto, intentaremos seguir luchando contra el inexorable paso del tiempo, y lo haremos con los pocos (pero incomparables) compañeros de viaje que van quedando a nuestro lado, véase ese puñado de amigos incondicionales, esa joya de familia que tengo la suerte de tener por ambas partes, esa pedazo mujer que me acompaña desde hace más de una década aguantando lo indecible y esas dos personitas que me flanquean y que son el verdadero motivo de todo esto. Cuarenta, señores, que no es poco. Por otros cuarenta más.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Qué Fuerte

Para concluir nuestras vacaciones estivales de este año, decidimos poner el colofón visitando Aldea del Obispo, un pequeño pueblito de Salamanca que vio nacer al abuelo materno de Adriana y Nacho y donde los dos enanos ya han hecho de las suyas en el pasado.

La visita no ha podido ser más edificante, a pesar de la brevedad de la misma. Uno se retrotrae a su infancia en Almonacid del Marquesado, pequeño pueblito de Cuenca que vio nacer al abuelo paterno de Adriana y Nacho, y donde los veranos discurrían entre animales de granja, huertas, calles empedradas y gentes de una calidad humana sin parangón.

Ver a los ñacos disfrutar así no tiene precio. Interactuar con los conejos de Josemari sin ser conscientes de la suerte que les esperaba (a los conejos, se entiende), correr entre las tomateras de la huerta de Emilio y flipar con un gusano, entrar como Pedro por su casa en casa (valga la redundancia) de Lourdes o Rosi, caminar de la mano de Marino por las angostas calles... Vamos, que si les dejamos dos días más colonizan el pueblo.

En el escaso día y medio que estuvimos allí nos dio tiempo principalmente a dos cosas: a pasarnos por el forro la dieta express iniciada días atrás para perder barriga (con los excelsos productos de Julián y la maestría culinaria de Celsa no había otra opción) y a conocer el Real Fuerte de la Concepción, joya de la arquitectura militar patria que data del siglo XVIII y que en su día sirvió de defensa ante la amenaza portuguesa (la bélica, no la de las mujeres con bigote)

Durante el paseo por éste último, Nacho debió escuchar esto del fuerte y, confundido por la inefable influencia del western norteamericano, optó por emular al bueno de John Wayne y su característico caminar. Lo hizo a su manera, claro está, previa relajación del esfinter, lo que permitió que la acumulación de alimentos de la zona ya procesados por su aparato digestivo abandonara de forma abrupta su cuerpo. Vamos, que se cagó encima. Allí, en el Real Fuerte de la Concepción, lugar histórico e icónico con 350 años de historia, entre muros que guardan celosamente mitos y leyendas, en medio de un jardín paradisíaco teñido con la tenue luz del atardecer cayendo sobre sus defensas otrora inexpugnables. Allí, mientras el resto de la expedición disfrutaba del merecido descanso, soltó lastre y dejó su impronta. Fue su particular manera de dar por concluida la excursión. Abandonó el recinto dignamente camino del baño con las piernas separadas como dejando espacio al caballo y volvió en calzoncillos con el pantalón declarado siniestro total. Superad eso.

A pesar del incidente, el resto de la estancia transcurrió sin sobresaltos, rodeados de las buenas gentes de Aldea y con la sensación de que, a pesar de las ‘comodidades’ de las que disfrutamos en las grandes ciudades, la calidad de vida la tienen lugares como éste. Volveremos, seguro, con Nacho controlando los esfínteres y la dieta express superada.